martes, 11 de marzo de 2014

Raymond Chandler vs. Phillip Marlowe



Una prosa elegante, sobria y con los adornos necesarios pero ni uno sólo más. Unos diálogos espectaculares y llenos de viveza. Unos personajes aparentando ser siempre lo que no son. Esas son las señas de identidad de uno de los mejores novelistas y escritores cinematográficos de la historia, Raymond Thornton Chandler (Chicago, Illinois, 1888- La Jolla, California, 1959). Amante de la poesía de Walt Whitman, estuvo más de una década publicando relatos breves en Black Mask desde que el primero viera la luz en 1933. Ahí se forjó su talento descriptivo y ahí conoció las fuentes que alimentaron su especialización en el crimen y el misterio policial. Cuando dejó Black Mask y se incorporó a Dime Detective su carrera cobró una nueva dimensión. 



En 1939 escribió El sueño eterno (The Big Sleep) ya con Marlowe como leit motiv,  utilizando la técnica de aprovechar hilos narrativos apuntados en sus historias cortas, lo mismo que hizo un año después con Farewell My Lovely (Adiós muñeca), a la que siguen sin apenas intervalos The High Window (1942) y La dama del lago (The Lady in the Lake, 1943). The Little Sister (1949), The Long Goodbye (1953) y Playback (1958) terminan de componer la bibliografía chandleriana sobre Philip Marlowe.  El investigador privado de ficción pasa a ser muy conocido por los norteamericanos gracias a la adaptación de Dmytryk, a la que seguirían las de Hawks y Montgomery comentadas más ampliamente en otros capítulos, y las que merecen mención destacada: The Brasher Doubloon (1947) de John Brahm se basó en The High Window, Marlowe, detective muy privado (Marlowe, 1967) de Paul Bogart tuvo su base en  The Little Sister  y El largo adiós (The Long Goodbye, 1973) de Robert Altman en el relato homónimo mencionado. Dick Richards  realizó en 1975  para Embassy un remake de la novela de Chandler Adiós, muñeca (Farewell, My Lovely). Sucesivamente, el rol de Marlowe ha tenido en la pantalla las facciones de George Sanders, Dick Powell, Humphrey Bogart, Robert Montgomery, George Montgomery, James Garner, Elliot Gould y Robert Mitchum, a los que añadiríamos a James Caan en la producción de HBO inicialmente concebida para televisión Pooddle Springs (1998) de Bob Rafelson, basada en la novela inacabada que terminó Robert B.Parker. Como todo buen narrador que logra su éxito paralelo al desarrollo de la industria del cine, había sido llamado a Hollywood para aportar ideas y escribir guiones y argumentos. Y de su pluma nacieron o se perfeccionaron los libretos de Perdición (Double Indemnity, 1944) de Billy Wilder, La dalia azul (The Blue Dahlia, 1946) de George Marshall y Extraños en un tren (Strangers on a Train, 1951) de Alfred Hitchcock




Chandler mantuvo siempre una misteriosa ambigüedad  sobre su personaje-fetiche. Según su propio testimonio, el detective debió nacer en Santa Rosa pasados diez o quince años del cambio de siglo. Tras trabajar en una agencia de seguros y para la fiscalía. A lo largo de las distintas novelas que ha poblado este taciturno investigador ha tenido sus oficinas en diferentes localizaciones de Los Angeles aunque la más reconocible es Hollywood Boulevard. El despacho es un prodigio de austeridad: ni un mueble, ni unas flores, ni una secretaria. Eso sí, siempre que Marlowe llega a su despacho hay alguien misterioso esperando dentro con intenciones de liarle en algún caso enrevesado, y quien le avisa de la presencia del invitado suele ser el ascensorista o el personal de limpieza del edificio.  El contraste con ese mundo profesional desarraigado es la habitación donde vive tal y como se ve en una escena de Historia de un detective: al llegar Claire Trevor arreglada de forma exuberante, vemos a un hombre en camiseta de tirantes, en un cuarto que tiene un sillón de orejas con las babuchas a sus pies, y acabamos de ver al chico que limpia los cuartos recoger la ropa sucia. Chandler humaniza a un detective mucho más humano que Sam Spade. Aunque los aspectos puramente formales deben ser tenidos en cuenta, lo que sigue maravillando de esta creación es el perfil psicológico de Marlowe, las muescas que lleva la culata de su revolver y el proceso interior que ha vivido y se aprecia a flor de piel en sus diálogos, en sus reacciones, en su forma de ver la vida. Es un hombre marcado por el paso de dos guerras mundiales sobre su país, desengañado y perdedor, que repudia la mentira y la hipocresía, y que cada día en su trabajo debe ponerse delante de gentes mentirosas e hipócritas. Es un “removedor de basuras”, en palabras de Ray Collins. Los críticos literarios siempre han tratado de dilucidar cuál fue el más grande entre los autores de novelas de misterio en la primera mitad del siglo XX americano, y la disyuntiva siempre ha tenido a Chandler y a Dashiell Hammett como litigantes.  Chandler dijo de su coetáneo Hammett  cosas tal vez demasiado sinceras: “Todos los movimientos literarios son así: se elige a un individuo como representante de todo el movimiento, por lo general es la culminación de éste. Hammett fue el as del grupo, pero no hay en su obra nada que no está implícito en las primeras novelas y cuentos de Hemingway”. Por entonces, cabe deducir, también se imponían las guerras de egos como ahora.

Una gran película: Adiós, muñeca



                                                Copyright ©  Víctor Arribas

lunes, 3 de marzo de 2014

Oscar 2014: gravedad y esclavitud




Curiosa pregunta la que hoy nos plantean en algunos diarios digitales. ¿Eres más de Gravity o de Doce años de esclavitud? Entre las dos películas han sumado diez Oscar, no hay una clara ganadora porque a los siete de la odisea espacial le falta la guinda del gordo a la mejor película, que como pasara en los Bafta y los Golden Globe gana al sprint Doce años…  con su regusto de odisea dramática y humana, más al alcance de nuestras mentes que ese océano de estrellas en el que naufraga Sandra Bullock. Vaya por delante que me parece mejor película, más importante y definitiva, la del mexicano Cuarón.



En esta nueva moda de la Academia de repartir los dos premios grandes entre dos películas (Argo- Ang Lee el año pasado), la gran ventaja es que al final vemos pasar por el escenario del Kodak a los responsables de las dos producciones, ninguno queda sin subir a por su tío Oscar. Cuarón ha estado soberbio, dirigiéndose a su fabulosa actriz que a esas alturas de la gala ya había visto pasar de largo la estatuilla: “Sandy, ¡tú eres Gravity!”. Su película es gigantesca, paradigmática ya, creo que supera a la mitificada 2001, una odisea del espacio. Merecía redondear su noche, pero el marketing norteamericano obliga a que esto se reparta y el pastel sea más grande para repartir. Del resto de aspirantes a mejor producción del año, sólo El lobo de Wall Street podría aspirar a desbancarla, y una parte de la sentimental Nebraska.



Mathew McConaughey es el actor de moda. En tv y cine barre con todo lo que toca y el público le acepta. Pero Di Caprio lo merecía por su Jordan Belfort fuera de control. Lástima que, como alternativa, no se hayan acordado de un veterano Bruce Dern que habría hecho flexiones sin duda como aquel inolvidable Robert Duvall que nos maravilló a todos en su tramo final.



No había discusión a mi juicio para la elección de la mejor actriz del año. La triste Jasmine que compone Cate Blanchett merece no éste Oscar, sino los del próximo lustro porque será muy difícil que nadie la supere. Gigantesca actriz, muy bien dirigida por Allen.  Y la mejor actriz de reparto también me parece un premio clavado, no habría soportado otra estatuilla para la chimenea de Jennifer Lawrence con 23 años, sabiendo que Cary Grant nunca tuvo ese honor. Lupita Nyong’o da una lección de emociones y heridas morales en la película del algo impostado SteveMcQueen.
Las opciones para el mejor característico no eran enormes. Bradley Cooper es la cara de los carteles que uno ve en la ciudad, y poco más. Michael Fassbender merecía el premio (vista la competencia) por su negrero de Doce años de esclavitud, pero les ha madrugado el Oscar un Jared Leto que  se ha acordado de los que sufren estos días en Ucrania y Venezuela (por cierto, ¿estaba el ministro de cultura yanqui en la entrega de los Oscar?).
Me alegro mucho de que esa película falsa y presuntuosa que es La gran estafa americana se haya quedado sin premio. Tras su triunfo en los Globos, me temía lo peor. Y por lo demás la mayor ceremonia de auto venta que ha inventado la especie humana ha rayado en lo cutre con el reparto de pizzas de la presentadora de Generes, y ha quedado un poco deslucida en general por el frío imposible y las lluvias que azotan la querida California.